Para los que nos sabemos
solos, grupo no necesariamente coincidente con los que se sienten solos o los que
efectivamente lo están, existen a mi entender dos temores fundamentales; a
saber: que surja inesperada y repentina compañía, o que te hieran por la
espalda.
En el primer caso, se
teme porque lo inesperado y repentino, siempre es molesto. Compañía a destiempo
te obliga a cambiar muebles de sitio o, peor aún, a adquirirlos nuevos. Y eso,
para cualquier cabeza en su sitio (máxime si la cabeza ya está bien amueblada y
ha decidido saberse en soledad), es mortificante asedio.
El segundo de los
temores y el que, a tenor de lo vivido, mas posibilidades tiene de convertirse
en realidad, radica ya no tanto en el hecho de ser herido, si no en el mas
complejo de no tener quien te haga las curas.
¿Cómo, en soledad, curar
una herida a la que no llegas?
Tendríamos que encarar
dos espejos, situarnos en medio, como un eclipse de luna en el sistema solar de
nuestro cuarto de baño, hacer coincidir sin estorbos el reflejo de nuestra
espalda proyectado en el espejo que tenemos enfrente, dislocar las
articulaciones de nuestros brazos y entonces cosernos la herida del lomo con
hilo azul (que el rojo se ha acabado, es navidad), y aplicarnos el elixir
iodado y la gasa hidrófila de camisetas deshilachadas y pegarla con el
esparadrapo de última generación que te cuida con enérgica suavidad y 'por eso
es tan caro mire usté y no lo cubre el seguro'.
Complicado, ¿verdad?
Siempre tenemos la
alternativa de, como en la edad media, sucumbir envueltos en el dulzón hedor de
la gangrena. O pedir, para que nos la nieguen con absurdas excusas, ayuda. Es
decir, compañía.
El mayor dolor radica,
en cualquier caso, en que uno por la espalda no espera heridas. A nuestra
espalda intentamos mantener lo que nos inspira confianza. Por la espalda solo
esperamos palmaditas de aprobación, el brazo sobre los hombros, la caricia que
recorre su centro, mano suave que desciende hasta la intención, abrazo de un
pecho que te susurra ternuras al oído.
En estos días de paz y
amor, en los que todo es armonía y todo es según el color del espumillón con
que se mira, me he sentido particularmente herido por la espalda. Probablemente
sin motivo. Seguramente sin razón.
Pero ese ha sido mi
barrunto, y la auto impuesta y deseada soledad en noches de celebración, me ha
traído el dolor de ese cuchillo y el despilfarro de una horita mas de tele, y
un tintineo mas de hielos contra un vaso vacío.
Mañana, aprovechando que
el cristiano conmemora la masacre de inocentes, paradigma del tirar por la
calle del medio, me acercaré a un hospital a que me hagan una cura y me cosan o
descosan las heridas, opción esta que, a pesar de haber estado siempre ahí, los
que nos sabemos solos, solemos dejar siempre para el final.