Debería morir, que aún
puedo. Ahora que aún puedo llorar, e incluso podría sentirlo. Debería morir hoy
que todavía soy capaz de mirar por la ventana que da al patio, y no darme pena
el que nadie viniera a regar mis plantas.
Este medio yo de metal
en que me convertí, que me obliga a recorrer la casa buscando en gavetas y
cajones el pequeño espray que alivia el quejido de las ruedas, plañideras
incansables, desinfladas, piedras cuesta arriba.
Atronadoramente inmóvil
de cintura para abajo, que es la mitad buena. De cintura para abajo puedes
llegar a algún sitio, practicar sexo en casi todas sus versiones y, sobre todo,
lo mas importante, te puedes ir. De cintura para arriba no puedes evitar pensar
y, en el peor de los casos, tienes la posibilidad de escribir lo que piensas.
Recuerdo el asco
infinito en tus ojos cuando tuviste que hacer frente al cómo se fue muriendo lo
que antes creímos amor y recuerdo como se fueron apagando nuestras vidas, con
cada tirar de la cadena del váter, con cada vez que recogías mi mierda o me
tenías que ayudar a mear, y recuerdo otras risas tras la puerta de tu
dormitorio.
Definitivamente estaría
bien morir ahora, que al menos yo lo sentiría.
De vez en cuando,
recuerdo dos músicas, dos oberturas para este concierto: el limpio sonido del viento
en la cima de la montaña, y el de mis botas subiendo a ella. De vez en cuando,
recuerdo la caída y la agradable sensación de renuncia tras el impacto.
Estoy aquí, envolviendo
estos oscuros huesos que ya no cantan y que, como un ladrón agazapado en el
interior de una jaula metálica, acechan a unos músculos que ya no vuelan, que
me dejaron en premio unas bonitas rosas de plástico y una caja de bombones en
forma de corazón, comprado todo a deshora en la tienda del hospital.
En esta casa sin ti,
aprendí a esperar que floreciera el romero a primeros de octubre y aprendí a
esperar a que de mis manos el incienso borrara su olor.
Sueño con nuestra vida
de antes de ser muerte, con el taxi de tu abandono, con el ejercicio y el
aprendizaje, las vecinas, mi madre y los amigos en desbandada, sueño con el
dolor y los calmantes, con las borracheras y el sabor de las alfombras, y a
veces sueño al fin que vuelves y yo me levanto de esta cárcel de acero, nylon y
tres en uno, camino por el pasillo, llego a la puerta, la abro y, cortésmente,
te invito a abandonar mi casa, mis sueños y mi vida.
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