martes, 29 de septiembre de 2015

Que aún puedo

Debería morir, que aún puedo. Ahora que aún puedo llorar, e incluso podría sentirlo. Debería morir hoy que todavía soy capaz de mirar por la ventana que da al patio, y no darme pena el que nadie viniera a regar mis plantas.
Este medio yo de metal en que me convertí, que me obliga a recorrer la casa buscando en gavetas y cajones el pequeño espray que alivia el quejido de las ruedas, plañideras incansables, desinfladas, piedras cuesta arriba.
Atronadoramente inmóvil de cintura para abajo, que es la mitad buena. De cintura para abajo puedes llegar a algún sitio, practicar sexo en casi todas sus versiones y, sobre todo, lo mas importante, te puedes ir. De cintura para arriba no puedes evitar pensar y, en el peor de los casos, tienes la posibilidad de escribir lo que piensas.
Recuerdo el asco infinito en tus ojos cuando tuviste que hacer frente al cómo se fue muriendo lo que antes creímos amor y recuerdo como se fueron apagando nuestras vidas, con cada tirar de la cadena del váter, con cada vez que recogías mi mierda o me tenías que ayudar a mear, y recuerdo otras risas tras la puerta de tu dormitorio.
Definitivamente estaría bien morir ahora, que al menos yo lo sentiría.
De vez en cuando, recuerdo dos músicas, dos oberturas para este concierto: el limpio sonido del viento en la cima de la montaña, y el de mis botas subiendo a ella. De vez en cuando, recuerdo la caída y la agradable sensación de renuncia tras el impacto.
Estoy aquí, envolviendo estos oscuros huesos que ya no cantan y que, como un ladrón agazapado en el interior de una jaula metálica, acechan a unos músculos que ya no vuelan, que me dejaron en premio unas bonitas rosas de plástico y una caja de bombones en forma de corazón, comprado todo a deshora en la tienda del hospital.
En esta casa sin ti, aprendí a esperar que floreciera el romero a primeros de octubre y aprendí a esperar a que de mis manos el incienso borrara su olor.
Sueño con nuestra vida de antes de ser muerte, con el taxi de tu abandono, con el ejercicio y el aprendizaje, las vecinas, mi madre y los amigos en desbandada, sueño con el dolor y los calmantes, con las borracheras y el sabor de las alfombras, y a veces sueño al fin que vuelves y yo me levanto de esta cárcel de acero, nylon y tres en uno, camino por el pasillo, llego a la puerta, la abro y, cortésmente, te invito a abandonar mi casa, mis sueños y mi vida.


Photo CC0 by reidy68

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