martes, 30 de septiembre de 2014

Si de verdad hubiera

Si de verdad hubiera en mi un mínimo de decencia, no me hubiera permitido ofenderme cuando comencé a ofender a los demás. Jamás hubiera entrado por mi pie en esta bañera rebosante del ácido de la frustración, charca en un lodo espeso de renuncia.
Si de verdad hubiera en mi un atisbo de nobleza, aún seguiría leyendo contigo, por encima de tu hombro, con mis ojos acompasados a los tuyos siguiendo el renglón, tocando el índice con la lengua de pasar página al unísono. Si hubiera tenido un atisbo de la grandeza que a ti te perfumaba, tu recuerdo ahora no sería el de un triste niño muerto, un solitario niño ahogado, envuelto en la humedad de esas algas pardas que gripan motores, con los ojos cuajados en sal oscura de las mas negras salinas y abismo, con la boca preñada de cangrejos ahítos, como curas en matanza.
Si de verdad hubiera, si de verdad en algún momento hubiera habido algo de dignidad en mí, miraría atrás intentando encontrar algo bueno en mi vida y, ante la evidencia de que todo es vileza, maldad, traición e indecencia, haría callar para siempre esta sucia boca mía que ya no sirve para el beso o el verso. Cortaría estas dos manos que ya no sirven para la escritura o la caricia y así, esperaría aterrado el día en que, al fin, la muerte me sacara a rastras de este mundo.


Photo CC0 by xusenru

martes, 16 de septiembre de 2014

Mi pena distinta

Arrastro una pena pesada y blanda, como una de esas largas y espesas capas de terciopelo rojo y blanco armiño de las coronaciones buenas y de los malos aspirantes a dictador.
Es un rítmico golpe, una clase de angustia que me arrasa en suspiros y me encola de una melancolía amarilla, de ese amarillo absurdo y estridente de algunas gafas que he visto en películas de sobremesa. Es una aguja brillante y amenazadora, que se sitúa en el límite exacto en el que acaba de expandirse el músculo de latir para punzarlo levemente. Herir sin lacerar, doler sin extinguir.
Conozco con desdichada exactitud el motivo de esta queja, pero ni lo pienso, ni lo digo, ni lo escribo. No pretendo generar compasión, aunque me encantaría, pero tampoco me atrae la idea de que todo este sentimiento atroz me devore sin, al menos, algo de lucha por mi parte. Desde hace tiempo mis únicas armas, mi único escudo es este rincón y el saber que otros ojos también seguirán el zigzag de estas líneas.
Lo que podría ser cómico, si no me desbaratara el ánimo sin cortesía como lo hace, es que lo peor está por llegar. Todo este desaliño del espíritu, tan bien acompañado por el descuido del cuerpo y la palabra, junto al descrédito del clima, no es mas que preámbulo de lo presentido, es la vuelta de calentamiento de lo que fue barrunto y hoy es amenaza certera que se acerca a toda prisa.
No hay adonde huir, no existe rincón oscuro en que desaparecer, las fortalezas se conforman con contar las piedras caídas de sus antaño inexpugnables límites. Mientras, yo vago huraño entre incontrolados arrebatos de impotencia, rumiando mi suerte y maldiciendo mis decisiones, esperando, viéndolas venir, mohíno o violento. Apagado, estéril, cruel.
No hay tampoco modo de pelear. La naturaleza del mal me impide la lucha, y esa es la mayor de sus indignidades. Ni siquiera te permite defensa, rebosa el vaso de la frustración.
Los pocos ratos de calma, los preciados momentos en los que el corazón, anestesiado por lo cotidiano, me concede unos minutos conmigo mismo, los dedico a recordarte e imaginar que, contigo, quizá mi vida hoy sería mejor. O mi pena distinta. 


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martes, 9 de septiembre de 2014

Operación salida


Se me tintó el pelo color sangre espesa e inesperada. Inesperada de vuelta y vuelta de campana arrebatada, presa en un campanario de acero y cristal. Fotograma a fotograma, el coche giró sobre sí mismo un millón de veces.
Nadie murió de inmediato. Todos, con las bocas muy abiertas pero en absoluto silencio, esperábamos ver de nuevo aquella cabeza golpear el cristal, tan cerca, tan callada, abandonada a unos ojos aterrados.
Creo que nunca sabremos muy bien que nos puso allí. Detenernos sin más contra esos treinta segundos sin vida, que pierden la nuestra como se pierden unas llaves, un paraguas o un recuerdo. Justo antes de las sirenas, de la vuelta boca abajo a lamer asfalto, todo era extraño. 
Extraño. Morir el día de tu cumpleaños. Y querer vivir para encontrar mi juventud, o solo esperar por una navaja que corte este cinturón. Que me devuelva el aire. Que me permita ver algún día mi hermosura en los ojos de mis hijos.


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