lunes, 28 de julio de 2014

Historia de amor sin nombre

Yo recuerdo el color de la cafetería a la que íbamos al salir de clase. Recuerdo las mesas y sillas dispares y de madera, la cara del camarero, los estantes combados por el peso de tanto libro bueno y espeso, los pósters del Che, las citas a bolígrafo sobre la pintura de las grasientas columnas, la música legible, el café hirviendo, los tableros de ajedrez huérfanos de damas. Y recuerdo tu olor, o, mejor dicho, recuerdo como huele tu recuerdo.
Como en toda historia de amor, naturalmente era invierno y afuera llovía. El suéter que te había tejido tu madre en tres sobresaltos viendo Falcon Crest, olía a flores sin heredad y a los senos fuertes de pezones morenos que tardes atrás me presentaste, sin aviso, con intención, como una visita de primos de paso.
Nos había descubierto la lluvia y corrimos hasta el café. Entramos mojados y parando con la mano el estrépito de la campanilla sobre la puerta. Como cada tarde, nos sentamos a mirarnos hasta que dieran la diez. Tomábamos café y fumábamos tabaco de pipa que tú liabas dando por sentada mi torpeza con el papel. Hablábamos de lo humano, por no creer en lo divino, de lo justo y su contra, de milicos y Monedas, minas de Asturias, caras al viento y gaviotas en Madrid a por el mar.
Soñábamos con manifestaciones que nunca se convocaban, y con correr delante de una policía acomodada y obesa que jamás nos perseguiría. Soñábamos con la utopía que vale redundar, sentados en la vigilia de nuestro amor, parapetados tras la revolución de nuestros cuerpos y los veinte años que jamás vuelven del mismo modo.
Yo recuerdo tu modo de mirarme cuando caía la aguja sobre el “Te doy una canción”, y recuerdo como tus dedos se enredaban con los míos. Recuerdo mi chaqueta gastada y mi corazón latiendo loco a su abrigo, recuerdo tu libreta de apuntes, tus libros, aquel anillo diminuto de piedra azul regalo de tu padre.
Sería capaz de dibujarte entera en una de aquellas servilletas, sería capaz de hablar con tu voz y amarte como el primer día. Pero soy incapaz de recordar tu nombre, o el mío, o el de esta absurda enfermedad que me arrasa.



Phot CC0 by Daniel Nebreda

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