Yo recuerdo
el color de la cafetería a la que íbamos al salir de clase. Recuerdo las mesas
y sillas dispares y de madera, la cara del camarero, los estantes combados por
el peso de tanto libro bueno y espeso, los pósters del Che, las citas a
bolígrafo sobre la pintura de las grasientas columnas, la música legible, el
café hirviendo, los tableros de ajedrez huérfanos de damas. Y recuerdo tu olor,
o, mejor dicho, recuerdo como huele tu recuerdo.
Como en
toda historia de amor, naturalmente era invierno y afuera llovía. El suéter que
te había tejido tu madre en tres sobresaltos viendo Falcon Crest, olía a flores
sin heredad y a los senos fuertes de pezones morenos que tardes atrás me
presentaste, sin aviso, con intención, como una visita de primos de paso.
Nos había
descubierto la lluvia y corrimos hasta el café. Entramos mojados y parando con
la mano el estrépito de la campanilla sobre la puerta. Como cada tarde, nos
sentamos a mirarnos hasta que dieran la diez. Tomábamos café y fumábamos tabaco
de pipa que tú liabas dando por sentada mi torpeza con el papel. Hablábamos de
lo humano, por no creer en lo divino, de lo justo y su contra, de milicos y
Monedas, minas de Asturias, caras al viento y gaviotas en Madrid a por el mar.
Soñábamos
con manifestaciones que nunca se convocaban, y con correr delante de una
policía acomodada y obesa que jamás nos perseguiría. Soñábamos con la utopía
que vale redundar, sentados en la vigilia de nuestro amor, parapetados tras la
revolución de nuestros cuerpos y los veinte años que jamás vuelven del mismo
modo.
Yo recuerdo
tu modo de mirarme cuando caía la aguja sobre el “Te doy una canción”, y
recuerdo como tus dedos se enredaban con los míos. Recuerdo mi chaqueta gastada
y mi corazón latiendo loco a su abrigo, recuerdo tu libreta de apuntes, tus
libros, aquel anillo diminuto de piedra azul regalo de tu padre.
Sería capaz
de dibujarte entera en una de aquellas servilletas, sería capaz de hablar con
tu voz y amarte como el primer día. Pero soy incapaz de recordar tu nombre, o el mío, o el de esta absurda enfermedad que me arrasa.
Phot CC0 by Daniel Nebreda
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