viernes, 26 de junio de 2015

Olía

Esta mañana, como otras tantas, he aparcado en batería en el sitio que, cada mañana a esta hora, está libre. He puesto el parasol sobre el salpicadero porque a mediodía esto es un horno. Como cada mediodía.
Como cada mañana he ido al bar donde el camarero que cree conocerme y del que yo ignoro todo me ha puesto, que no servido, el café y el agua con gas de cada mañana.
A mi lado, dos señores cargados de razón se lamentan de que ya nadie quiera trabajar doce horas diarias, en turnos alternos y por un puñado de papel moneda; sentencian que la excusa de esta juventud es que apenas pueden ver a los niños. Les asistirá su razón y a mi, probablemente, me importe bien poco.
Pago mis setenta céntimos y encaro la puerta, no sin antes desear buenos días y dar las gracias a quien no los merece ni las contesta, que las mierdas aprendidas en la cuna son duras de pelar.
Camino de nuevo en dirección al maletero del coche donde me espera la neverita con mi sándwich de jamón y queso, el mini jugo de melocotón con cañita retractilada, la botella de agua rellena de agua del grifo, y el suspiro del vuelta a empezar.
Sin embargo, hoy, a la altura del ostentoso edificio de los que deciden a quien va el agua de riego de esta isla, me he cruzado con ella. Y ella conmigo.
No recuerdo cómo iba vestida, ni el color de su pelo negro rizado, si llevaba o no prisa, ni si tenía mi edad o la suya.
Solo recuerdo su olor.
Olía a mis recuerdos de infancia.
Olía a chuches inexplicables de sabor malva, a conos de madera con aros de colores, a babi azul de rayas con mi nombre en una cartulina con osito en el bolsillo, a maestra hermosa con falda verde, a guardería en el bajo con ameno patio de vecinos. Olía a mi casa, a mi madre cuando me quería. Olía a mis diminutas botas con diminutas plantillas de plomo forradas de escay, mis pies planos y mis dioptrías, mi parche en el ojo, mi pelo ondulado y tierno, mis gafas de pasta para niño, pagadas con pasta para adultos.
Olía al vago y dulce recuerdo de una infancia que, cada día, el monótono acaecer de lo cotidiano se empeña en hacerme más difícil el poder asegurar que en algún momento existió y, aun así fue eso, infancia.


Photo CC0 by Dương Nhân