sábado, 22 de abril de 2017

Mary

Desde siempre me había acompañado la certeza de que, esto que voy a decirte, lo haría por escrito y tras tu muerte.
Sin embargo, lleva hoy todo el día recorriéndome una mano fría la espalda, un barrunto de agua con viento, un destemple yermo; y decido no esperar. Entre otras muchas cosas porque, cuando mueras, me asaltará una mudez doliente, incomprensible para casi todos, familiar y cargada de razones para mí.
Muchos se apenan, algunos incluso sinceramente, de no haber dicho lo que sentían al destinatario del sentimiento antes de su muerte. Yo no. Yo, simplemente, decido escribir tu obituario, que es el mío, hoy que te se aún viva.
No es este el folio, porque momento nunca lo ha sido, para reprocharte nada. Mucho menos yo, que se también de la pérdida.
No fue fácil gestionar algo así. Cada uno reacciona ante el dolor como dios le da a entender. Cuando murió el hermano, niño aún, yo te vi llorar. Después no. Al menos, nunca así. Esa muerte traspasó la piel, se hundió en la carne y te envenenó un alma que quedó oscura y aterida para siempre. No puedo apartar de mi la imagen de la madre rota, trasladando uno a uno los huesos livianos del niño de ocho años desde el ataúd al arcón de restos. ¿Quién soy yo para juzgar en lo que te convertiste después de eso?
Me conformo con que decidieras estar, con que decidieras dejar de querer, pero estar.
La vida nos ha malcriado y nos creemos con derecho a juzgar a los que nos pusieron en este mundo, como si solo ese gesto generoso no fuera ya en sí mismo merecedor de simple y llana gratitud. Tus hijos no recordamos de ti ternura, solo pena, agravio y distancia, pero...
Una de tantas mañanas de pantalón corto y "babi" azul pata de gallo, tu pelabas papas de cara al fregadero con un cuchillo menudo y yo me puse a tu lado, con mis gafas de pasta y mi parche en el ojo un día en uno y otro en otro. Te enjuagaste las manos bajo el chorro de agua, te las secaste en el paño de cocina ajado con el que siempre te recuerdo, y me acariciaste el pelo, y la cara. Para mí, ya con eso, tuve madre.
Yo te recordaré preparando leche en polvo con el agua hirviendo, haciendo ensaladilla en aquel caldero de aluminio, viendo conmigo E.T. en el Cine Víctor, dando "Politus" con un cepillo de dientes a las patas de la mesa del comedor, preparando cajas con botes de leche condensada y tabletas de chocolate "La Candelaria" para enviarlas a Melilla, que el niño me está haciendo la "mili".
También recordaré algún par de bofetadas a tiempo, y muchas caras de alivio al verme llegar, y otras muchas de profundo cansancio y decepción.
Cuando te de por irte, Mary (como te llamaba papá), ve tranquila, que hiciste lo que sabías y, sobre todo, lo que pudiste. Descansa junto al hijo amado que la vida puta te arrebató sin pararse a pensar lo que le arrebataba a los que quedamos. Reúnete con quien ya no tiene reproches ni hay ya nada que reprocharle, y camina despacio porque, las flores que pisas nacieron de lo mucho que, a pesar de nosotros, te quiero y me quieres.


Photo by Carlos Hernández