domingo, 22 de septiembre de 2019

Canícula

Del techo baja este calor ignorado de azotea asolada que se desquita contra la estancia sombría. A esta hora me rebaño en tu olor, y sigo con ojos deslumbrados la desafiante gota de sudor barranco abajo por tu espalda. De pie, frente a frente, en mitad de la habitación, desnudos de ropa y prisas es la hora de los ventiladores y seguir el curso de nuestro empeño. El naranja de la media tarde acaricia el visillo. Abajo, tras la ventana, cruje de asombro y cigarras el roble que siempre rechazó cintas y corazones tallados.
Nos citamos como presas sin cazador, con recelo de tocarnos, fundiendo el minuto de aire que aún se empeña entre nuestros cuerpos. Yo, enarbolado de antigua mar de leva. Tu, morena de azúcar y pezón inquieto. Como desafío de machete y estridente Amazonia.
Calor que no cesa. Cubierta de hormigón combada de celos, luchando por fundir a unos amantes que se empeñan en fraguar como herreros en prisión. Así, tras las doce campanadas oscuras y la casa abierta como un augurio, comienza a vencernos el aire de perlar rosas. Buscamos las sábanas como la goleta su aparejo. Y el beso. Y el dulce sueño agotado.
Hemos vencido de nuevo la tonelada de motivos que nos separan, balanza infiel. Calor, tiempo, cuerpos y hastío. Soñamos rabia abrazados.



Photo CC0 by Juan Manuel Guisado