miércoles, 10 de febrero de 2016

Sociedad Limitada

A la carrera sin medida hacia el triunfo profesional a cualquier precio le suele acompañar, entre otros, el obligado peaje de la pérdida de afectos, de amigos de verdad. En algunas ocasiones, la vida deja caer en mitad de la calle por la que avanzas veloz y sin mirar atrás, un enorme muro de hormigón contra el que te precipitas. Lo deja caer con ese rumor sordo de lo inevitable, con la brutal contundencia de lo inesperado, y tu carrera se para chirriando, y tu caes aturdido.
Cuando, sentado en el suelo e incrédulo, comienzas a entender que necesitas ayuda, descubres atónito que no hay alrededor mano alguna que te ayude a levantar, o te ayude incluso a saltar el muro y seguir adelante. Presuroso o al paso, pero seguir. Tardas aún algún tiempo en comprender que estás solo porque has ido sembrando tu camino de historias pisoteadas, de entregas traicionadas, afectos mancillados. Tardas todavía mucho mas tiempo en aceptar que ese muro inmenso en mitad de tu camino y que ha desencajado la arquitectura de tus planes, en realidad lo has construido tu, con tu soberbia, con tu desdén.
Estos días, no se muy bien por qué, he pensado mucho en los integrantes de una fotografía que conservo desde hace ya muchos años, y que me permito publicar sin permiso de los fotografiados (otra cosa a añadir a la lista de las muchas por las que tengo que pedirles perdón).
A todos ellos, y a muchos otros como ellos que antes hubo, decepcioné. Por muchos sentí verdadero cariño. Con algunos me creí hasta padre, hermano e incluso amigo; uno de ellos me acompañó mientras me derrumbaba como una torre de naipes entre puertas abiertas, con muchos me reí a carcajadas y seguro que a mas de uno ofendí. Con ninguno de ellos recuerdo haber actuado de un modo completamente desinteresado, haber sido generoso.
Pedir perdón, y no digamos ya obtenerlo, limpia el entendimiento y cura las heridas. Lo que ya no perdón alguno podrá aquietar, son las mal encaradas cicatrices. Como tatuajes paridos en noches de borrachera te dejan claramente dibujado en el alma el haber sido un perfecto hijo de puta. Tatuajes con sus imborrables nombres de novia infiel, o sus marineras anclas que recorrerán, hasta el día en que entregues por fin el petate, fondos de limo oscuro, buscando el enroque de lava profunda y tardía que te ofrezca algo de paz, una leve sensación de quietud, una expiación sobre mar en calma.


Photo by Carlos Hernández