martes, 16 de septiembre de 2014

Mi pena distinta

Arrastro una pena pesada y blanda, como una de esas largas y espesas capas de terciopelo rojo y blanco armiño de las coronaciones buenas y de los malos aspirantes a dictador.
Es un rítmico golpe, una clase de angustia que me arrasa en suspiros y me encola de una melancolía amarilla, de ese amarillo absurdo y estridente de algunas gafas que he visto en películas de sobremesa. Es una aguja brillante y amenazadora, que se sitúa en el límite exacto en el que acaba de expandirse el músculo de latir para punzarlo levemente. Herir sin lacerar, doler sin extinguir.
Conozco con desdichada exactitud el motivo de esta queja, pero ni lo pienso, ni lo digo, ni lo escribo. No pretendo generar compasión, aunque me encantaría, pero tampoco me atrae la idea de que todo este sentimiento atroz me devore sin, al menos, algo de lucha por mi parte. Desde hace tiempo mis únicas armas, mi único escudo es este rincón y el saber que otros ojos también seguirán el zigzag de estas líneas.
Lo que podría ser cómico, si no me desbaratara el ánimo sin cortesía como lo hace, es que lo peor está por llegar. Todo este desaliño del espíritu, tan bien acompañado por el descuido del cuerpo y la palabra, junto al descrédito del clima, no es mas que preámbulo de lo presentido, es la vuelta de calentamiento de lo que fue barrunto y hoy es amenaza certera que se acerca a toda prisa.
No hay adonde huir, no existe rincón oscuro en que desaparecer, las fortalezas se conforman con contar las piedras caídas de sus antaño inexpugnables límites. Mientras, yo vago huraño entre incontrolados arrebatos de impotencia, rumiando mi suerte y maldiciendo mis decisiones, esperando, viéndolas venir, mohíno o violento. Apagado, estéril, cruel.
No hay tampoco modo de pelear. La naturaleza del mal me impide la lucha, y esa es la mayor de sus indignidades. Ni siquiera te permite defensa, rebosa el vaso de la frustración.
Los pocos ratos de calma, los preciados momentos en los que el corazón, anestesiado por lo cotidiano, me concede unos minutos conmigo mismo, los dedico a recordarte e imaginar que, contigo, quizá mi vida hoy sería mejor. O mi pena distinta. 


Photo CC0 by 809499

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