miércoles, 14 de enero de 2015

Me dejaste, viejo

Me dejaste, viejo, y ya no soñé mas en llegar a tener tu fuerza para rescatar princesas bañado en la sangre del dragón que cayó bajo tu espada, que ahora es la mía. Me dejaste solo en esta casa enferma, junto a esta mujer de alma negra.
Me dejaste, viejo, y aprendí a afeitarme de oídas. El espejo dejó de oler a tu loción y no hubo truco del trocito de papel sobre la gota de sangre, ni crines de afeitar navajas, ni navajas de papá.
Me dejaste, viejo, y mi valor mudó en coraje; a mi rabia la aplastaron con mansedumbre. Mi indiferencia parió violencia y los golpes me hicieron huraño. La melancolía de la juventud sin modelo, sin yunta que arase un surco donde sembrar, me llevo a libros turbios a través de los que pude entender tus motivos, pero no abrazarlos. Esos libros contaminaron la poca luz que de ti aun quedaba, y mancillaron mi humanidad, tambalearon mi hombría, mientras la resentida mujer con la que me abandonaste destilaba injurias a mi oído.
Me dejaste, viejo. Este hijo tuyo llamado a ser el poderoso heredero de tus virtudes, este anhelado primogénito que igualaría tus logros e hidalguía, ahora se deshace como niebla al amanecer mientras escribe sus miserias donde todos puedan leerlas. He aquí el niño solo desde niño, que soñaba con un hogar mientras le asediaban harpías abandonadas, humilladas, resentidas. Y tú me dejaste, viejo.  
Me dejaste, viejo, sin enseñarme el mundo, o tan solo el mapa. Ni siquiera el barrio, o a conducir, de las mujeres o a pescar. 
Me dejaste, viejo, y hace años que aprendí a tomar solo el más largo tren que más lejos fuera. Hace mucho que vivo filtrándome en las paredes de esta casa sin ventanas ni corazón, hace mucho que camino por las calles de esta ciudad sin risas, esta costa gris sin mar, resignado a este paseo sin pasado, a estos recuerdos de ti cuando no estabas.
Me dejaste, y ahora, cercano el final, escribo de tu abandono, de todo lo que hubiera podido ser y de todo lo que no hubiera siquiera querido intentar ser.
Escribo a pesar de que me dejaste, viejo, como a la fruta que se deja abandonada sobre una mesa de comer y, poco a poco, mesa, fruta y abandono se van pudriendo, de un modo solo, irremediable.



Photo CC0 by Sweetlouise

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