martes, 27 de enero de 2015

Taller

Cada mañana, entraba casi a oscuras en el taller. La llave siempre estaba sobre el dintel, justo donde la había dejado la noche anterior.
Aquella habitación daba la espalda a la casa, y se creía interesante con su ventana al mar. El suelo estaba sucio. Nadie barrió allí tras la invención de la escoba y, bajo unos platos con bombilla, anidaban tres mesas ultrajadas de cosas, cachivaches, artefactos y herramienta. Olía a horas solas, preciosas y queridas, olía a la playa cercana y vacía, a tesoro encontrado, a vidas perdidas.
En aquel taller, con su herramienta y mi espalda desafiando a la casa, construí nuestra cama, las mesillas, el tocador y la madera que encuadró un espejo. Tardamos en usarlos. Nunca estaban perfectos. La talla inconclusa, irreverente el nudo imprevisto, la veta que se negaba al tono de barniz.
Mientras, tú vagabas en el inapreciable espacio que nos separaba, buscando al hombre que habías perdido. Le buscabas entre cielo y césped, dejando atrás tu sombra, en las caras del mercado, en los sonidos de una noche sin grillos, masticando su ausencia, acariciando sonrientes fotos de boda sobre consolas aburridas de descansillo y transeúnte, cubiertos sin tintineo sobre manteles sin cerco, luz de media vela para media mesa de cenas para uno.
Por fin, la tarde de un martes de invierno, tres veranos después de nuestra boda, instalé los muebles acabados en la alcoba. Tú tendiste sobre la cama la colcha que habías creado, intrincada, compleja de hilos, geométrica y hermosa. Yo puse el espejo sobre el tocador, pendiendo de un clavo solo, ávido, como una ventana al paisaje del revés.
Cinco años después, esos muebles reposan en el trastero de algún amigo que se apiadó de lo que mis ojos sentían cuando los veía. Cinco años después de enterrarte en tu ataúd de talla perfecta, de madera sin nudo y barniz rendido al vaivén de una albura como olas de aquel mar, solo conservo la colcha tejida. Bajo su geométrico reproche escondo mi cama prestada, acaricio la rota fotografía de una boda entre risas. Y conservo, además, el espejo porque, como yo, él tampoco volverá a verte. Cada mañana ese espejo, colgado ahora en la puerta del taller me recuerda que, a mi espalda, estuvo una vez mi casa y una mujer que perdió a su hombre.


Photo CC0 by Grieslightnin

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