Esta
tortura de tenerte cerca, como la mesilla tiene a la cama, como la silla desde
la que se vela a un enfermo tiene a esa cama y no poder hundirme en ti, en tu
risa, en tu olor.
Hablas y,
mientras dices, yo intento que no se note que mientras hablas, yo te cuento los
lunares de los brazos, que me imagino buceando entre tu pecho y tu camisa.
Este quiero
y no puedo de haber llegado tarde, a destiempo y con el pie cambiado. Me miras,
y se me paran los pulsos copleros, me tocas, y la sangre se me viene a las
orejas dejando pálido un corazón que quiere huir de este cansancio diario del
malquerer, de este consumir de velas apagadas e imposibles.
Ensayo cada
día, ante el espejo de los cobardes, el cómo decirte, el cómo explicarte estas
ganas, este mal vivir del deseo contenido. Del pánico al, gracias, pero no.
Quererte es
como mirar al mar renegando de la tierra que te sostiene en la orilla. Y no
saber nadar. Quererte es mi motivo y es la causa. Quererte es lo que tengo, lo
que gasta las pilas de mis pasos. Y lo que no debo.
Soy la
arena de mis gatos, el palo sin zanahoria de quien insiste en avanzar a pesar
de la ausencia de destino, de la falta casi de camino.
Mientras,
continúo adorando la posibilidad, llevando tus maletas, colándome en tu cine
para verte de cerca, por si un día pasa el eso no va a pasar. Y continúo
escribiendo por si un año, por Sant Jordi, se te ocurriera leer el papelito con
el que siempre acompaño tu rosa.
Photo CC0 by DGlodowska
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