Con la mañana aún en el nacedero emprendes el camino que lleva a la empinada cuesta, despertando gallos con tu vara de barbusano.
Cuando el sol primero anaranja las hojas del tilo ya vas por mitad del empedrado ascenso. La luz hace perlas en tu sudor, nubes de tu jadeo.
Al llegar a la fuente que regala vida a las otras fuentes, los otros abrevaderos, lavaderos, fielatos y mentideros, te echas a pescar resuello sobre la hoja del blando suelo.
Bajo el velo de la mocanera y a su sombra, te refrescas en el agua ancestral de los primeros pastores de esta cumbre, y reemprendes el afán por coronar.
Llegando a la cumbre de pinos solos y gazapos huidizos, contemplas el valle y comprendes por que vendió tan cara su vida el Mencey.
Tras los higos pasados y el aún fresco vino blanco con que echas la mañana, comienzas el descenso. El alisio ya te trae salitre al gusto.
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