miércoles, 5 de noviembre de 2014

Esta casa

Hace ya tiempo que vivimos en esta casa de tablas superpuestas. Tablas que, como tejas, conforman fachadas y joden a la hora de pintar. Ni machihembrados ni colas de milano, una encima de otra, clavadas con aire contra los ocultos rastreles. Esta casa de tablas que no se yo como no se moja, con los palos de agua que caen por aquí.
Esta casa en la que coincidimos junto a una llave del gas abierta en la cocina, en la que nos cruzamos fumando, y en la que comemos siempre la misma sopa del mismo caldero.
Esta casa sin garaje, ni coche, ni humo. Se acabó la cinta americana, se mudaron al tendedero del vecino las toallas mojadas.
Somos los que coinciden acariciando las tablas de la fachada, mientras se preguntan por qué coño no se moja esto. Somos los de la manga ancha con las emociones, si son para adelgazar, y se reconocen un día y preguntan: ¿cómo te llamas?
En esta casa, abundan las tardes rojas, en las que cerramos las contraventanas para que no entren los ojos de un sol sudoroso. En esta casa, después de la sopa, nos sentamos sobre cajas preñadas de libros por amontonar, y entendemos por qué la muerte está cansada.
Nos cogemos de la mano y le entregamos nuestros libros, que es lo más cerca de ser madre que la pálida igualadora llegará nunca a estar.
Ella hunde sus dedos amarillos en las páginas de un Decamerón, saltan los clavos y las tablas, entra por fin la lluvia y, un niño, no lejos de aquí, se prepara para nacer muerto.


Photo CC0 by Myriams

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