Si de verdad hubiera en
mi un mínimo de decencia, no me hubiera permitido ofenderme cuando comencé a
ofender a los demás. Jamás hubiera entrado por mi pie en esta bañera rebosante
del ácido de la frustración, charca en un lodo espeso de renuncia.
Si de verdad hubiera en
mi un atisbo de nobleza, aún seguiría leyendo contigo, por encima de tu hombro,
con mis ojos acompasados a los tuyos siguiendo el renglón, tocando el índice
con la lengua de pasar página al unísono. Si hubiera tenido un atisbo de la
grandeza que a ti te perfumaba, tu recuerdo ahora no sería el de un triste niño
muerto, un solitario niño ahogado, envuelto en la humedad de esas algas pardas
que gripan motores, con los ojos cuajados en sal oscura de las mas negras
salinas y abismo, con la boca preñada de cangrejos ahítos, como curas en
matanza.
Si de verdad hubiera, si
de verdad en algún momento hubiera habido algo de dignidad en mí, miraría atrás
intentando encontrar algo bueno en mi vida y, ante la evidencia de que todo es
vileza, maldad, traición e indecencia, haría callar para siempre esta sucia boca
mía que ya no sirve para el beso o el verso. Cortaría estas dos manos que ya no
sirven para la escritura o la caricia y así, esperaría aterrado el día en que, al
fin, la muerte me sacara a rastras de este mundo.