Corro
atravesando descuidados callejones. Intento controlar la respiración como el
tiempo me ha enseñado, pero esta vez es diferente. Oigo las voces que ordenan
parar a mi espalda, son las mismas que hace unos años no advertían antes de
amartillar un arma; ahora dicen: ¡para hijo de puta, policía! Yo las oigo y
aprieto el culo. Tengo veinte años, que coño.
Estas casas están hechas con tablas. ¿Por qué no hará esta gente casas con ladrillo como todo el mundo? La madera está vieja y sin pintar, los perros son paticortos, blancos y hocicudos. Y muerden.
Estas casas están hechas con tablas. ¿Por qué no hará esta gente casas con ladrillo como todo el mundo? La madera está vieja y sin pintar, los perros son paticortos, blancos y hocicudos. Y muerden.
Salto una
valla en forma de pico con tablas de fresno pintadas de azul y rojo, y del otro
lado me doy de bruces con una bici con ruedines, una manguera, un señor en
calzoncillos y un perro sobrealimentado.
Ladra el de
los gayumbos, huye el chucho obeso, y yo corro ante el estrépito de placas,
porras y sudoroso tergal azul. Huele la noche a cabreo y a cuando te coja te
vas a cagar.
Yo soy un
chico normal, irremediablemente sencillo. Una vez pedí morir y me hicieron
caso, con una condición: si renuncias a lo que otros ansían, el precio es alto.
Yo estoy
muerto como quería pero, a cambio, debo ser el fugitivo de telefilmes
americanos, la mosca en la fruta arruinada, la novia que no espera ya mas al
que no se presentará, el seguidor que sale del anonimato de la tecnología, y te
espera, pañuelo en mano, flor en la solapa.
Photo CC0 by Life Of Pix
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