jueves, 5 de mayo de 2016

La calle

Sobre las aceras de esta calle, larga como un final de mal cine, y untada como en la tostada que se empeña en caer por el lado seco, se extiende una gruesa capa de fina harina. Es difícil saber de qué grano procede, pero es blanca y azul, amarilla y verde. Tiene una textura de polvareda, como indeleble torre cayendo. Sobre ella, en su superficie, nadan ayudados de sus muchas patas una miríada de insectos hambrientos, rebozados de secarral, asfixiados de repostería.
Cuando se sobrepone uno a la estupidez de los gorgojos, le da por pensar que, al final de esta calle, probablemente esté la panadería, el ansiado obrador cuyo encuentro es nuestra misión en la senda. Y así avanza hundido de polvo hasta los calcetines, aplastando caparazones desesperados, con la convicción de que junto a esos hornos, sentado sobre algún saco de la multicolor harina, seremos redimidos e invitados al pan del sentido, a la mesa de lo conseguido.

Los pocos que consiguen llegar y hacer sonar la campanilla sobre el dintel de la puerta, son recibidos por los asombrados ojos del panadero que, decepcionado, pregunta de nuevo: ¿tampoco tú traes agua?


Photo CC0 by Oswaldo Ruben

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