martes, 31 de mayo de 2016

Oficina de Empleo

Un hombre, con la mirada resuelta, empuja la puerta y entra en la Oficina de Empleo. Se encamina, a zancadas, hacia la mesa número cinco (Sección Prestaciones). Lleva en su mano derecha una escopeta de caza Baikal calibre 410.
Cuando llega ante la mesa cinco, amartilla el arma y pone la boca del cañón a escasos treinta centímetros de la cara de Mari Carmen García que, paralizada de terror, se mea encima, arruinando el tapizado asiento de su sillón ergonómico y giratorio. Mari Carmen, de cincuenta y seis años de edad, soltera, con seis sobrinos y dos gatos, que vive en un bonito y estrecho piso en una urbanización de las afueras, es funcionaria del Servicio de Empleo Estatal desde hace mas de treinta años y está curtida en las lides del papeleo y la burocracia, en el trabajo plano y ortodoxo.
Hace apenas media hora, había zanjado una conversación con el hombre que ahora le apuntaba con un arma:
"...le repito, caballero, que ha agotado usted su prestación y que, por sus circunstancias y tras la última reforma laboral, los parados de larga duración, como usted, no tienen derecho a ningún otro subsidio o ayuda económica adicional. Yo estoy aquí para informar, y ni se, ni quiero saber de eso que usted llama drama personal así es que, por favor, tengo a mucha otra gente esperando. Buenos días."
El hombre que apunta con una escopeta a la funcionaria de prestaciones de la mesa cinco, es Carmelo Herrera (mas conocido como "Melo el Tornero") y forma parte de ese eufemismo que han acuñado como parado de larga duración. Proveniente del sector metalúrgico (de ahí lo de tornero), Melo perdió su empleo de toda la vida hace ocho años. La crisis, le dijeron.
Carmelo Herrera tiene cincuenta y dos años, una esposa, dos hijos, un alquiler que pagar, una deuda con los de Cetelem y otra con el BBVA.
Mari Carmen moja (también) con sus lágrimas el foulard que lleva al cuello, y niega con la cabeza cuando Melo le pregunta a gritos:
"¿quiere usted saber lo que es un drama personal?, ¿quiere que se lo explique ahora con mas claridad?"
El tornero en paro mira a su izquierda. Allí está, parapetado tras el minúsculo escritorio que le pusieron en recepción, el guarda de seguridad, rezando para que aquello acabe pronto y, algo mas allá, un grupo de personas en la sala de espera que, en pie y móvil en mano, graban desde hace rato la escena.
Carmelo vuelve a mirar la cara pálida de Mari Carmen. Grita, dirigiéndose a los curiosos: "ya lo pueden subir a YouTube", se coloca el extremo del cañón bajo la barbilla y, lo último que siente, es el chasquido metálico del gatillo recorriendo su índice.
Va a ser muy difícil limpiar del pladour del falso techo las esquirlas de cráneo, los restos de masa encefálica mezclada con cabellos. Va a ser muy difícil eliminar del todo la mancha de sangre de la verde moqueta.
Afuera, en la calle, un Citroën con dos megáfonos fijados a una baca en el techo vocea, como ya hizo hace apenas seis meses, los tranquilizadores mensajes electorales del aquí no ha pasado nada: "Ahora mas que nunca, a favor de un si por el cambio, nunca mas un país sin su gente, ahora es el cambio sensato porque, unidos podemos".
Tres días mas tarde, desfallecida, la arrasada viuda de Melo el Tornero, comprueba abrumada que están sin pagar los últimos seis recibos de la póliza de decesos.



Photo CC0 by Pixabay

jueves, 5 de mayo de 2016

La calle

Sobre las aceras de esta calle, larga como un final de mal cine, y untada como en la tostada que se empeña en caer por el lado seco, se extiende una gruesa capa de fina harina. Es difícil saber de qué grano procede, pero es blanca y azul, amarilla y verde. Tiene una textura de polvareda, como indeleble torre cayendo. Sobre ella, en su superficie, nadan ayudados de sus muchas patas una miríada de insectos hambrientos, rebozados de secarral, asfixiados de repostería.
Cuando se sobrepone uno a la estupidez de los gorgojos, le da por pensar que, al final de esta calle, probablemente esté la panadería, el ansiado obrador cuyo encuentro es nuestra misión en la senda. Y así avanza hundido de polvo hasta los calcetines, aplastando caparazones desesperados, con la convicción de que junto a esos hornos, sentado sobre algún saco de la multicolor harina, seremos redimidos e invitados al pan del sentido, a la mesa de lo conseguido.

Los pocos que consiguen llegar y hacer sonar la campanilla sobre el dintel de la puerta, son recibidos por los asombrados ojos del panadero que, decepcionado, pregunta de nuevo: ¿tampoco tú traes agua?


Photo CC0 by Oswaldo Ruben

lunes, 2 de mayo de 2016

Puertas

Ahora que lo pienso, siempre he vivido en casas en las que las puertas interiores no cerraban.
Abrumadas bajo el peso de cien capas de pintura, las hojas no entraban en los marcos, los pestillos yacían sepultados en las profundidades de las cerraduras, presos de una mezcla de óxido y tiempo. En las bisagras apenas se adivinaban las cabezas de los tornillos y las manillas, locas por un poco de acción, no accionaban.
Si resultaba imprescindible cerrar alguna, digamos para algo de amor o alguna otra cosa mas intestinal, se recurría al cordón de un albornoz que siempre colgaba de una alcayata atornillada en la cara interior. Se colocaba este apaño, nunca mejor dicho, entre la hoja y el quicio, se presionaba, y listo: intimidad por un rato.
Esto, que pudiera parecer una metáfora, yo lo circunscribo al estricto ámbito de la casualidad. Bueno, a eso, y a que siempre he preferido vivir en casas viejas.
En cualquier caso, salvo para las contadas ocasiones ya referidas, nunca me han gustado las puertas cerradas. Son una señal de prohibido, una advertencia de camino en obras, una vía de escape cercenada.
Ayer, en casa de unos amigos, el anfitrión me sorprendió embebido, abriendo y cerrando una y otra vez la puerta de una de las habitaciones. Era una puerta muy bonita. De roble, con un barniz claro. La manilla era dorada y el resbalón acariciaba el cerradero con dulzura, milimétricamente, hasta cerrar con un sonido seco de madera y cantarín de acero y latón.
"¿Qué haces?", preguntó.

Sin pensarlo demasiado, respondí: "envejecer"


Photo CC0 by Tama66