Un hombre, con la mirada
resuelta, empuja la puerta y entra en la Oficina de Empleo. Se encamina, a
zancadas, hacia la mesa número cinco (Sección Prestaciones). Lleva en su mano
derecha una escopeta de caza Baikal calibre 410.
Cuando llega ante la
mesa cinco, amartilla el arma y pone la boca del cañón a escasos treinta
centímetros de la cara de Mari Carmen García que, paralizada de terror, se mea
encima, arruinando el tapizado asiento de su sillón ergonómico y giratorio.
Mari Carmen, de cincuenta y seis años de edad, soltera, con seis sobrinos y dos
gatos, que vive en un bonito y estrecho piso en una urbanización de las
afueras, es funcionaria del Servicio de Empleo Estatal desde hace mas de
treinta años y está curtida en las lides del papeleo y la burocracia, en el
trabajo plano y ortodoxo.
Hace apenas media hora,
había zanjado una conversación con el hombre que ahora le apuntaba con un arma:
"...le repito,
caballero, que ha agotado usted su prestación y que, por sus circunstancias y
tras la última reforma laboral, los parados de larga duración, como usted, no
tienen derecho a ningún otro subsidio o ayuda económica adicional. Yo estoy
aquí para informar, y ni se, ni quiero saber de eso que usted llama drama personal
así es que, por favor, tengo a mucha otra gente esperando. Buenos días."
El hombre que apunta con
una escopeta a la funcionaria de prestaciones de la mesa cinco, es Carmelo
Herrera (mas conocido como "Melo el Tornero") y forma parte de ese
eufemismo que han acuñado como parado de larga duración. Proveniente del sector
metalúrgico (de ahí lo de tornero), Melo perdió su empleo de toda la vida hace
ocho años. La crisis, le dijeron.
Carmelo Herrera tiene
cincuenta y dos años, una esposa, dos hijos, un alquiler que pagar, una deuda
con los de Cetelem y otra con el BBVA.
Mari Carmen moja
(también) con sus lágrimas el foulard que lleva al cuello, y niega con la
cabeza cuando Melo le pregunta a gritos:
"¿quiere usted
saber lo que es un drama personal?, ¿quiere que se lo explique ahora con mas
claridad?"
El tornero en paro mira
a su izquierda. Allí está, parapetado tras el minúsculo escritorio que le
pusieron en recepción, el guarda de seguridad, rezando para que aquello acabe
pronto y, algo mas allá, un grupo de personas en la sala de espera que, en pie
y móvil en mano, graban desde hace rato la escena.
Carmelo vuelve a mirar
la cara pálida de Mari Carmen. Grita, dirigiéndose a los curiosos: "ya lo
pueden subir a YouTube", se coloca el extremo del cañón bajo la barbilla
y, lo último que siente, es el chasquido metálico del gatillo recorriendo su
índice.
Va a ser muy difícil
limpiar del pladour del falso techo las esquirlas de cráneo, los restos de masa
encefálica mezclada con cabellos. Va a ser muy difícil eliminar del todo la
mancha de sangre de la verde moqueta.
Afuera, en la calle, un
Citroën con dos megáfonos fijados a una baca en el techo vocea, como ya hizo
hace apenas seis meses, los tranquilizadores mensajes electorales del aquí no
ha pasado nada: "Ahora mas que nunca, a favor de un si por el cambio,
nunca mas un país sin su gente, ahora es el cambio sensato porque, unidos
podemos".
Tres días mas tarde,
desfallecida, la arrasada viuda de Melo el Tornero, comprueba abrumada que
están sin pagar los últimos seis recibos de la póliza de decesos.
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