Hubo mañanas de despertar y no reconocer el pantalón quebrado contra una silla. Hubo amaneceres de sorpresa plegada en tu camisa bajo la cama. Hubo mañanas.
Como yo siempre despertaba antes, hacía trueques con el placer de los instantes. Contemplaba tu cara dormida, el movimiento de tus ojos bajo los párpados, el pálpito métrico de tu pecho, el rubio erizar de tu cuello. Tus labios, curiosos como un niño.
Y recordaba nuestros encuentros en el taciturno parque del verde banco. Tu forma de beber en la fuente, tus calcetines tunos de frotar zapatos, tu luz.
Hoy recuerdo tu sabor. Supe de todos tus rincones, recovecos y cámaras secretas, de lo dulce hasta el empalago y lo salado mientras despierto. De todos.