Cuando aún no tenía edad
de estar orgulloso, ya me enamoraba hasta la sinrazón.
Éramos jóvenes, teníamos
el pecho abierto, la cara presta a la sonrisa y la piel suave. Hablábamos poco
y demasiado alto.
Una mecánica precisa
acarreaba nuestros cuerpos hasta los lugares de amar con bellas vistas a la
iluminada ciudad de allí abajo, o a los dulces sonidos del cansado mar
rompiendo. Allí nos erizaba la piel el recuerdo fresco del roce clandestino,
del escalón de confidencia y mirada de horas antes, y nos empañaba los
cristales del coche el convencimiento de nuestra grandeza, la rendición de lo
inevitable.
Así amé mientras me
consumía. Amé con rabia y determinación, y el amor era como una bienvenida,
como una torre de piedras blandas cayendo entre ríos. Las preguntas no
necesitaban respuestas, los libros se regalaban con dedicatoria y la música
tenía ruido de alambres.
En aquel tiempo de amor
y bendita indiferencia por los calendarios y la arena cautiva, hubo últimas
filas de cine sin barrio, manos entrelazadas explorándose por no menos anhelada
que primera vez en el asiento del paseo, paseo romántico de media tarde a la
luz de los helados, amor furtivo de llaves prestadas, casas de amigos,
moribundos abrigos de lana bajo el torrente de abril, taberna, mesa y corazón
tallado. Y besos, muchos besos convalidando asignaturas de vida.
A la ruleta que jugué
entonces, la banca nunca perdió, y aunque intenté morir dos veces por el mismo
amor, aunque quise matar el recuerdo abonando la baldía tierra de la noche,
poeta aprendiz de nicotina y alcohol, hoy, sordo por mi bien ante lo que me rodea,
ante lo que me abraza como abraza al recuerdo el muro de un cementerio, solo
conservo gratitud.
Gran parte de lo que
fui, y la inmensa realidad de lo que hoy soy, es herencia de aquellos cuerpos,
de aquel dolor y aquella ventura. Hoy, parado sobre lo único que tengo,
sustentado por mis dos piernas, arropado en el orgullo de recordar cada uno de
los te quiero, cada una de las primeras veces, doy gracias a quienes amé por el
infinito asombro que aún me produce, el haber también sido amado.