Llevo todo
el día queriendo escribir algo. Supongo que la causa está en los versos que leí
esta mañana, temprano, y que me recordaron a ti.
El caso es
que así he pasado toda la mañana y buena parte de esta tarde, queriendo decir
algo y sin saber muy bien qué. Me obligo a intentarlo, en parte por tener el
bálsamo de las letras abandonado desde hace tiempo, y en parte porque tu
recuerdo no cesa con el paso de las horas.
He pagado
el alquiler del próximo mes, he bajado la basura, y he fregado el pasillo con
agua de tres colonias, como me enseñaste. Procuro mantener la casa limpia a
pesar de saber que es solo para mí. No espero visitas porque las visitas, o
están muertas, o se saben no queridas.
He limpiado
la jaula con el canario que dejaste a mi cuidado y sin encargo. Iba a decir que
quedó muy bien, pero en realidad lo que quedó es muy limpia.
He tirado
unos cuantos juguetes rotos que se acumulaban en una caja de cartón
desmemoriado. He levantado luego la caja y barrido debajo. Cuatro o cinco
fantasmas han salido corriendo, despavoridos, con un berrinche. No he sentido
remordimiento ni escalofrío alguno cuando esos recuerdos retumbaron contra el
fondo del contenedor de basuras.
A mediodía
he puesto la mesa con esmero, a pesar de saber que es solo para mí, y he recalentado
lo que queda del estofado que preparé el martes por la tarde. Me apetecía vino,
pero vino no había, así que he acompañado el almuerzo con agua y he prometido
emborracharme esta noche. La carne ya sabía un poco rara, pero aun así me he
esforzado en comer mucho y con apetito, a pesar de saber que comía solo, y solo
para mí.
Tras fregar
los platos, me ha dado por llorar. Y lo he hecho de espaldas al fregadero,
mirando la sombra que dejó en la pared de enfrente el calendario de años pasados.
Luego me he cosido el fondo de un bolsillo por el que se empeñan en besar el
suelo las llaves.
Esta noche,
tras acabar al menos una botella de vino frente a la pantalla de un televisor
multicolor y mudo, llegaré con la máxima dignidad posible hasta el dormitorio. Allí,
la cama que hice esta mañana me espera, y yo me dejaré caer en ella abarcando
su enormidad, ocupando toda, recorriendo su arenal helado. Y en ella me dejaré
dormir con placidez, a pesar de saber que es solo para mí.
El poeta de
esta mañana escribía a su yo más joven del pasado, y le pedía que por favor no
lo dejara escapar, que cuidara aquel amor incipiente, lo protegiera y jamás
renunciara a su compañía y amparo.
Si yo
pudiera escribir a mi yo más joven del pasado, no sé muy bien que le diría.
Nada extraño teniendo en cuenta que llevo todo el día queriendo escribir,
queriendo decir algo.
Photo CC0 by stux