Con cada hora que cruje, restalla mi vida en el trazo del minuto doce. Lo hace envuelta en papel de seda, servicial vasallo rendido ante la espada de los otros cuarenta y ocho.
Tras el cristal quebrado de cada ventana, sangra la espalda que me ofreces cuando abandonas colmada el lecho, atiborrada de cicatrices sin dueño.
Calculadora y premeditada, recostada en el letargo de mi indiferencia, te presentas cada tarde desnuda de ropa, abrigada de intención.
Haces de mi lo que yo quiero, disfrazada de lo que tú quieres. Sonríes mientras te vuelan de la boca amapolas, y minutos doce de sesenta.
Es entonces cuando siembran bruces los miedos sobre un suelo cuadriculado y horario, sin dejar cordeles ni miguitas de vuelta, sin creer en regresos ni quiebros de Minotauro.
Es entonces cuando me tomas, cuando me viertes, y nos sacian las docenas. Nos mostramos, nos medimos. Cruje de nuevo una hora y nos cura de nuevo. En el minuto doce.
Photo CC0 by Monoar