Desde siempre me había
acompañado la certeza de que, esto que voy a decirte, lo haría por escrito y
tras tu muerte.
Sin embargo, lleva hoy todo
el día recorriéndome una mano fría la espalda, un barrunto de agua con viento,
un destemple yermo; y decido no esperar. Entre otras muchas cosas porque,
cuando mueras, me asaltará una mudez doliente, incomprensible para casi todos,
familiar y cargada de razones para mí.
Muchos se apenan,
algunos incluso sinceramente, de no haber dicho lo que sentían al destinatario del
sentimiento antes de su muerte. Yo no. Yo, simplemente, decido escribir tu
obituario, que es el mío, hoy que te se aún viva.
No es este el folio,
porque momento nunca lo ha sido, para reprocharte nada. Mucho menos yo, que se
también de la pérdida.
No fue fácil gestionar
algo así. Cada uno reacciona ante el dolor como dios le da a entender. Cuando
murió el hermano, niño aún, yo te vi llorar. Después no. Al menos, nunca así.
Esa muerte traspasó la piel, se hundió en la carne y te envenenó un alma que quedó
oscura y aterida para siempre. No puedo apartar de mi la imagen de la madre
rota, trasladando uno a uno los huesos livianos del niño de ocho años desde el
ataúd al arcón de restos. ¿Quién soy yo para juzgar en lo que te convertiste
después de eso?
Me conformo con que
decidieras estar, con que decidieras dejar de querer, pero estar.
La vida nos ha malcriado
y nos creemos con derecho a juzgar a los que nos pusieron en este mundo, como
si solo ese gesto generoso no fuera ya en sí mismo merecedor de simple y llana
gratitud. Tus hijos no recordamos de ti ternura, solo pena, agravio y distancia,
pero...
Una de tantas mañanas de
pantalón corto y "babi" azul pata de gallo, tu pelabas papas de cara
al fregadero con un cuchillo menudo y yo me puse a tu lado, con mis gafas de
pasta y mi parche en el ojo un día en uno y otro en otro. Te enjuagaste las
manos bajo el chorro de agua, te las secaste en el paño de cocina ajado con el
que siempre te recuerdo, y me acariciaste el pelo, y la cara. Para mí, ya con
eso, tuve madre.
Yo te recordaré
preparando leche en polvo con el agua hirviendo, haciendo ensaladilla en aquel
caldero de aluminio, viendo conmigo E.T. en el Cine Víctor, dando
"Politus" con un cepillo de dientes a las patas de la mesa del
comedor, preparando cajas con botes de leche condensada y tabletas de chocolate
"La Candelaria" para enviarlas a Melilla, que el niño me está
haciendo la "mili".
También recordaré algún
par de bofetadas a tiempo, y muchas caras de alivio al verme llegar, y otras
muchas de profundo cansancio y decepción.
Cuando te de por irte,
Mary (como te llamaba papá), ve tranquila, que hiciste lo que sabías y, sobre
todo, lo que pudiste. Descansa junto al hijo amado que la vida puta te arrebató
sin pararse a pensar lo que le arrebataba a los que quedamos. Reúnete con quien
ya no tiene reproches ni hay ya nada que reprocharle, y camina despacio porque,
las flores que pisas nacieron de lo mucho que, a pesar de nosotros, te quiero y
me quieres.
Photo by Carlos Hernández